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Desayuno en el Jardín del Edén

  • Foto del escritor: Bordo viajes
    Bordo viajes
  • 22 feb 2019
  • 1 Min. de lectura


Durante cuatro días desayuné contemplando “El Jardín del Edén” y cuando tuve que marcharme para continuar el viaje me sentí como debieron sentirse Eva y Adán al ser expulsados del Paraíso: no quería irme; quería por lo menos un día más de idílica paz en ese paisaje, a la vez agreste y humanizado, sin que la mano y la presencia humana lo transformara en una escenografía plástica, como sucede en tantos hoteles, en distintas partes del mundo.

Desayunar en esa sinfonía de verdes, de texturas vegetales y de flores encendidas era una diaria ceremonia íntima, en comunión directa con la exquisitez del cosmos, lejos de cualquier pensamiento o recuerdo que pudiera contaminar mi mente o mi espíritu. En un lugar así es imposible no sentirse bien, feliz e integrada con el todo.

El hotel es tan bello que me prometo volver lo más pronto que pueda, para caminar por su inmenso predio a distintas horas del día; para colmar los ojos con los colores de las miles de mariposas de todos los tamaños; para sentir el canto de los gallitos de la finca vecina; para disfrutar los senderos arbolados y los estanques con peces multicolores.

Sí, no veo la hora de volver a mi “Jardín del Edén”.



 

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