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El lago

  • Foto del escritor: Bordo viajes
    Bordo viajes
  • 18 ene 2019
  • 2 Min. de lectura


A menudo, el tiempo que se pasa en los caminos que nos llevan de un sitio al otro en las excursiones, se vuelve un “no tiempo”: tedioso, incómodo, “acalambrante”… Se sienten todas las irregularidades de la butaca sobre la que el destino hizo que apoyaras tu humanidad y, entonces, cada uno de los huesos y cada una de las fibras musculares se queja. A todo esto hay que sumar el ruido del motor; ese mantra cacofónico que perfora la mente y lleva a un hipnótico estado de aburrimiento resignado.


Cada tanto, el tedio se interrumpe por unos minutos: es cuando los conductores intuyen que si no frenan la marcha, la aparente calma catatónica de los viajeros mutará en la furia de una legión de zombies; entonces, se detienen en uno de esos lugares surgidos en medio de la nada que, inmediatamente y por unos minutos, se vuelven oasis para el cuerpo y la mente.


Mientras mis eventuales compañeros de viaje salen disparados del micro, yo me dedico a recorrer el sitio buscando esos paisajes y esos rincones a los que Vietnam me acostumbró y, como no puede ser de otra manera, la magia vuelve a ocurrir: a mi derecha aparece un lago de ensueño, techado por un cielo gris de nubes irregulares filtradas por luz blanca, que me hace dudar si estoy despierta o sigo todavía sumida en la ensoñación del bus.


En esta tarde templada y nubosa, el lago, totalmente planchado por la ausencia de viento, parece un espejo esmerilado sobre el que se hallan suspendidas las oscuras canoas de los pescadores, tan melancólicas en su quietud, tan irrealmente detenidas en el tiempo, porque esta imagen podría corresponder a quinientos años en el pasado, al presente o a un incierto futuro postapocalíptico en el que el único recuerdo de la presencia humana bien pudieran ser las frágiles embarcaciones.


El silencio absoluto, el mutismo de las aves, la ausencia del murmullo de la vegetación, me invitan a un emocionado momento reflexivo mientras saco mis fotos, tratando de no interferir con la paz que sólo pueden conocer aquellos lugares que conocieron la estridencia y la destrucción de la guerra.


Tal vez, por eso, Vietnam es tan reverencialmente calmo y armónico. Tal vez, por eso, ni los sonidos ni los colores son disonantes. Tal vez, por eso, Vietnam es el recordatorio perfecto de lo maravilloso que es para los seres humanos vivir en paz y en armonía mutua y con el entorno.

 

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