La hora del regreso
- Bordo viajes
- 28 dic 2018
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 11 ene 2019

No quiero volver. Quisiera un par de días más para disfrutar de los amaneceres, de los atardeceres, de las noches estrelladas; pero inexorablemente, el barquito que me transporta vuelve al punto de partida. No es el único; todas las embarcaciones turísticas siguen ordenadamente el mismo rumbo, dando la vuelta a los dos colosales farallones, para salir de la Bahía y emprender el lento regreso.
Las enormes moles de piedra mellizas son un hito y llaman la atención por su forma, su tamaño y el peculiar cincelado que les ha dado la escultórica mano de la Naturaleza; así, los morros parecieran comportarse como presencias que se encuentran tanto para ser admiradas como para dar la despedida a quienes, como yo, sentimos pena por abandonar su silenciosa, pacífica y monumental compañía.
El pequeño barco que me lleva de vuelta a Hanoi parece el juguete de un gigante cuando se acerca a estos vigías de piedra, con las cabezas cubiertas de verdes pelucas de flora local.
El agua del mar no se decide a reflejar el turquesa del cielo, el verde de la vegetación o el gris de la sombra de los morros; entonces produce un camuflaje que une, armoniosamente, los tres tonos.
Luego de la vuelta, mi barquito se aleja dejando una cola blanca como la de un vestido de novia y me quedo largo rato en la popa, hasta que pierdo de vista la fabulosa Bahía y me prometo que volveré pronto. Muy pronto.
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